Medicina Mexicana del Siglo XIX

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Introducción


La medicina mexicana del siglo XIX es un tema importante de la historia de la medicina en México, ya que el periodo es el inicio de la historia médica del país. La razón de esa consideración tiene como base la idea de que el proceso histórico que inició en 1810, concluyó en 1821, con el nacimiento de México como nación independiente de España. Así, en ese marco, surgió la enseñanza de la medicina moderna en México, ya que las instituciones médicas introdujeron las novedades de los sistemas médicos europeos. Eso aconteció en la clínica, la fisiología y la bacteriología, que fueron las ciencias médicas más novedosas en el mundo. En lo que atañe a las instituciones hubo un cambio al nacer modernas instituciones médicas, como el Establecimiento de Ciencias Médicas, la Junta Médica del Distrito Federal y otras, que con el tiempo se encargaron de formar y regular el ejercicio de los médicos en el siglo. La revolución terapéutica y las novedades quirúrgicas fueron otra parte de los elementos de modernidad que vivió la medicina del periodo.




Identificar los diferentes momentos históricos por los cuales la medicina mexicana, sus personajes e instituciones han transitado, para fundar y desarrollar la modernidad médica en México en el siglo XIX.

La independencia de México y la reforma de los estudios médicos


Al iniciar el siglo XIX, la Universidad de México y su Facultad de Medicina continuaban rigiéndose por los estatutos administrativos y académico-teóricos elaborados en los siglos anteriores. Asimismo, la existencia de los antiguos hospitales coloniales, como San Andrés y otras instituciones, como el Real Colegio de Cirugía, que había sido fundado en el Hospital Real de Naturales, continuaban existiendo como parte de la herencia de la medicina colonial.

En ese sentido, al llegar el año de 1821, México era una promesa de nación, pero una nación en formación. Son por ello destacables los intentos de los médicos José Luis Montaña y Casimiro Liceaga, por reformar los estudios médicos y pugnar por la unión de la medicina y la cirugía.

Ese movimiento de renovación inició cuando, en 1804, debido a las gestiones del arzobispo Francisco Javier Lizana, se informó que gracias a las rentas del hospital se había abierto una plaza para impartir la cátedra de clínica en el Hospital de San Andrés, con el fin de alentar a médicos y cirujanos a acudir al hospital, señalando que se les computaría el tiempo en el hospital para servir a la presentación del examen de grado, precisando que la actividad serviría para comprobar los dos años de práctica requeridos para ser admitido como médico titulado. Así, informado el Protomedicato y la Corona se autorizó la cátedra a partir del año de 1805, siendo designado el Dr. Luis Montaña para inaugurar ese Primer Curso de Medicina, que inmediatamente tuvo problemas, debido a la oposición de José Antonio Serrano, director de la Real Escuela de Cirugía, que argumentaba que su escuela daba suficiente preparación clínica a los alumnos. Finalmente, fue hasta 1808 cuando la cátedra se abrió, formalizándose en el país la estrecha relación hospital-escuela como una marca de los tiempos modernos por venir, que comenzaron a hacerse evidentes en 1822, cuando el Congreso Nacional pidió al Protomedicato que propusiera la reforma de la enseñanza de la medicina, para que la cirugía se uniera a los estudios médicos. Durante esa época, la reforma de los estudios médicos se comenzó a discutir entre los círculos liberales y correspondió al cirujano Luis Muñoz iniciar la presentación de una propuesta, que vio la luz en 1822, en su Memoria histórica en la que se refiere el origen, progresos y estado de brillantez actual de la ciencia del hombre físico. Como integrante del Congreso Constituyente propuso la reunión de la enseñanza de la medicina, la cirugía y la botánica en un solo colegio. Posteriormente, este mismo autor, propuso ante el Congreso, en otra memoria, del año de 1824, otra iniciativa, que como la anterior no fue tomada en cuenta.

El Dr. Manuel Carpio, también como congresista de la república, en febrero de 1826, propuso ante el Congreso la creación de una Facultad de Medicina de la Federación Mexicana. Una idea muy interesante, pero que tampoco prosperó. La reforma se comenzó a hacer realidad tempranamente en Puebla, cuando el 1.º de abril de 1824, en el Hospital General de San Pedro, se reunieron médicos, cirujanos, un colector y varios presbíteros, para formar la Academia Médico-Chirúrgica de Puebla, y cuyo fin fue la reunión de la medicina y la cirugía.

Para lograr ese objetivo, los integrantes de la Academia Privada se propusieron dos cosas: formar un cuerpo de doctrina, que debe entenderse como una colección de obras médicas, y lograr el reconocimiento de las autoridades.


Siguiendo esas ideas, el médico y cirujano Manuel Zepeda propuso a la Academia premiar una memoria sobre la utilidad de la reunión de las ciencias médicas. En ese sentido, Pedro Calderón dio a conocer, en 1826, la Memoria acerca de la utilidad que resulta de la unión de medicina y cirugía, que resultó ganadora del concurso y que fue premiada el 18 de julio de 1826. La iniciativa se comenzó a hacer realidad, cuando en el Congreso del Estado, los diputados Antonio Díaz Guzmán, Patricio Furlong y José María Quintero hicieron una Proposición de un proyecto de ley para estudiar la medicina y la cirugía. La propuesta pasó a formar parte del Plan de estudios para el estado libre y soberano de Puebla, decretado por el Segundo Congreso Constitucional el 10 de septiembre de 1829, y fue firmada por el gobernador Patricio Furlong, quien a su vez fue miembro honorario de la Academia Médico-Chirúrgica.

El plan firmado por Furlong, en lo que atañe a la enseñanza en la Facultad de Medicina, estableció en el artículo 29.° de la sección 4, que la cirugía y la medicina se enseñarían unidas como parte de una misma actividad; mientras el artículo 30.° se refirió a las cátedras que se impartirían.

Las cátedras que habrían de regir los estudios médicos, de acuerdo con los legisladores, fueron cuatro: “Una de disecciones y clínica interna y externa, en el Hospital de San Pedro, tres en el Colegio del Estado; una en que se enseñe fisiología, anatomía descriptiva e higiene: la segunda la patología y terapéutica: y la tercera de materia médica, obstetricia y medicina legal”.


Las iniciativas mencionadas se concretaron en el Reglamento para el ejercicio y estudio de las ciencias médicas, firmado por el entonces gobernador de Puebla, Juan José Andrade, el 28 de mayo de 1832, que con sus 89 artículos fijó la modernidad de la medicina poblana y dio un ejemplo a la nación de lo avanzado del pensamiento médico, del interés de las autoridades y la promulgación de las leyes para el beneficio y la salud de los ciudadanos del México independiente.

Las instituciones de enseñanza de la medicina durante el siglo XIX

El 20 de octubre de 1833, el vicepresidente de la república, Valentín Gómez Farías, asesorado por el Dr. José María Luis Mora, suprimió la antigua universidad y creó la Dirección General de Instrucción Pública, con seis establecimientos de enseñanza superior. El 6.º correspondió al Establecimiento de Ciencias Médicas, que fue creado el 23 de octubre de 1833, bajo la dirección del doctor Casimiro Liceaga, antiguo alumno del Real Jardín Botánico. Las autoridades señalaron como requisitos de admisión los siguientes: tener dos cursos de latinidad, uno de francés, saber aritmética, álgebra, geometría, lógica, física, historia natural, botánica y química. El establecimiento concedía el grado de médico cirujano, para lo cual se exigía haber acreditado los cursos y haber aprobado el examen, y la disertación que debía escribir el alumno sobre un tema médico que designara la dirección. Las autoridades educativas indicaron que la carrera tenía duración de cinco años; sin embargo, lo más importante del hecho fue que el plan de estudios a cursar seguía el modelo de estudios médicos de la Facultad de Medicina de París, inaugurando con ello la modernidad de los estudios médicos en el país, en contraposición a los viejos estudios coloniales.

Las cátedras del establecimiento de ciencias médicas, sus profesores y los textos de uso entre los alumnos fueron los siguientes:


Cátedras Profesor Texto
Anatomía Luis Jeker Anatomía de Cruvelier o Maygrier y Bayle
Patología externa Pedro Escobedo Fisiología de Magendie
Patología interna Ignacio Erazo Patología Interna de Roche
Clínica externa Ignacio Torres Higiene de Turrelle
Clínica interna José María Rodríguez Clínica interna de Tavernier
Materia médica Isidoro Olvera Materia médica de Barbier o tratado de Soubiran
Fisiología Manuel Carpio Magendie
Obstetricia Pedro del Villar Obstetricia de Coster
Medicina legal Agustín Arellano Medicina legal de Briand
Farmacia José Vargas Farmacia de Chevalier


Es interesante señalar que, producto de la situación social del México de la época, el Establecimiento de Ciencias Médicas, durante la primera parte del siglo XIX, no tuvo una sede permanente, sino que fue una escuela errante, pues la institución tuvo diferentes sedes en la ciudad, ya que primero estuvo en el exconvento de las Bethlemitas, en 1833, luego en la iglesia de la Profesa, en 1836, posteriormente en el convento del Espíritu Santo, en 1839, y finalmente en el Colegio de San Idelfonso, en 1841. Durante la Guerra del 47, entre México y EUA, la escuela, con sus alumnos y profesores, fue a San Juan de Letrán y deambuló por cuarteles y edificios de la ciudad, hasta que, en 1854, los profesores de la escuela compraron el edificio con los salarios atrasados que les debía la Dirección General de Instrucción, instalándose definitivamente en el antiguo Palacio de la Inquisición. Posteriormente, el establecimiento se transformó en Escuela Nacional de Medicina, contando con laboratorios de enseñanza para materias como fisiología e histología, e incluso tuvo, en 1870, un museo anatómico, que al igual que el Museo Anatomopatológico, creado en 1895, en el Hospital de San Andrés, sirvió para la enseñanza de la patología. En ese tiempo hubo cambios en el currículo del plan de estudios, pero el más importante fue el plan promulgado durante la dirección de Eduardo Liceaga, quien estuvo al frente del plantel de 1902 a 1911. En esa época, el 22 de noviembre de 1906, la escuela estableció los estudios de la carrera en Médico Cirujano y de los Especialistas en Ciencias Médicas. Otra escuela de medicina que hubo en la capital fue la Escuela Médico-Militar, fundada para ofrecer instrucción médica a los médicos militares que servirían al ejército nacional.



Como hemos observado, Puebla fue el primer estado de la república en contar con un plan moderno de enseñanza de la medicina; sin embargo, las diferencias entre médicos y cirujanos continuaron y en los hechos las escuelas estuvieron separadas. A razón de ello, en 1832, se creó la Sociedad Médico-Quirúrgica de Puebla, que elaboró la primera Materia Médica Mexicana, bajo la dirección del profesor Julián Cervantes. Recordemos que, en 1801, la comunidad médica del Hospital de San Pedro de Puebla organizó una Academia de Medicina, Anatomía y Farmacia, que no llegó a consolidarse.

En 1814, la comunidad médica propuso al Ayuntamiento abrir una escuela para parteras. En 1817, en el Hospital de San Pedro de Puebla, se abrió la cátedra del arte de partear a cargo de los cirujanos Juan Castillo y Miguel Vieyra. Más tarde, el 6 de junio de 1831, el Congreso decretó la creación de la Escuela de Medicina y Farmacia, y la fusión de médicos y cirujanos. El programa fue moderno y acorde con las orientaciones de la medicina francesa e incluía las cátedras de anatomía general y descriptiva, operaciones de partos, fisiología e higiene, materia médica, medicina legal, clínica quirúrgica, patología externa y botánica. En 1850, la escuela se incorporó al Colegio de Puebla y en 1856 fue clausurada, para luego ser restablecida, indicándose que la carrera duraría siete años y serían 11 las materias. Las lecciones teóricas serían impartidas en el Colegio de Puebla y las prácticas se efectuarían en el Hospital de San Pedro.


Planta con flores rosas

(s. a.) (s. f.). Parteras [fotografía]. Tomada de https://imagendeveracruz.mx/noticia/parteras-en-el-siglo-xix-8308



Durante las guerras de Reforma se suspendieron las actividades docentes, pero para 1875 la escuela contaba ya con 24 alumnos, incluyendo uno para farmacéutico. Ocho fueron los catedráticos. En 1877 se separaron las carreras y se instituyó el Colegio de Farmacéuticos. Posteriormente, en 1886, el gobernador Rosendo Márquez decide becar a los alumnos más destacados, para que realicen sus estudios en la Escuela de Medicina de México. El plantel fue ocupado por la Escuela de Artes y Oficios. Durante 1890, la escuela vivió su mejor periodo, ya que se instalaron los magníficos gabinetes de bacteriología y fisiología, y se actualizó el plan de estudios.


Conforme al Plan de Estudios del Establecimiento de Ciencias Médicas de México, Jalisco formuló su plan de estudios en 1839, ya que el gobernador Antonio Escobedo, siguiendo las ideas del médico jalisciense Pablo Gutiérrez, introductor de las teorías de Bichat y de la clínica francesa en Jalisco, señaló lo siguiente: 1.º, la enseñanza de las ciencias médicas será impartida en la Facultad de Medicina, Cirugía y Farmacia; 2.º, la facultad se compone con las cátedras de Anatomía humana general y descriptiva, Fisiología, higiene y medicina legal, Patología general y materia médica, Elementos de botánica, de química y de farmacia, Patología y clínica externa o Instituciones quirúrgicas u obstetricia. La carrera será cursada en seis años, siendo las lecciones teóricas en la universidad y las prácticas (anatomía, clínica y obstetricia) en el Hospital de San Miguel de Belén. El plan tuvo éxito, pero durante la intervención francesa, la facultad fue clausurada, restableciéndose más tarde. En 1888 se expidió la Ley Orgánica de la Enseñanza de la Medicina y Farmacia, remitida por el gobernador Ramón Corona, que incluyó, como novedad, el establecimiento de un laboratorio químico farmacéutico. El artífice de esa reforma médica fue el Dr. Salvador García Diego, quien es considerado el primer director de la Facultad de Medicina, de 1888 a 1901.


En 1829 se crea, en Morelia, la cátedra de medicina, raíz de la actual Facultad de Medicina. Correspondió el mérito al Dr. Manuel González Ureña, quien abrió la escuela en el edificio que albergó al hospital de San Juan de Dios, impartiendo la cátedra de metodología médica durante 17 años. En esos años se crearon las dos cátedras de anatomía y patología. Debe mencionarse que el Dr. González, aparte de ser, en 1829, presidente del Protomedicato de Michoacán, también fue un político destacado, ya que fue diputado y gobernador en tres ocasiones de Michoacán. Hasta 1858, año en que se separó la carrera de farmacia, el alumno inscrito obtenía el título de médico farmacéutico. Posteriormente, los estudios se impartieron en el Colegio Primitivo y Nacional de San Nicolás, hasta que en 1895 se decretó la fundación de la Escuela Médica de Michoacán.




En el país, durante el siglo XIX, hubo otras escuelas, como la de San Luis Potosí, fundada en 1877, en donde el doctor Miguel Otero realizó un trabajo excepcional. También en la ciudad de Mérida se fundó una escuela en 1833 y en Monterrey otra en 1859, y en total fueron siete en todo el país.





Las instituciones de vigilancia de la medicina en México


En 1831 se suprimió el antiguo Protomedicato y se fundó la Facultad Médica del Distrito Federal y territorios, institución que durante el periodo tuvo una actuación muy pobre, por lo cual fue suplida en 1841 por el Consejo Superior de Salubridad, cuyo fin fue velar por la higiene y salud pública de México, en lo que atañe a la vigilancia y funcionamiento de escuelas, fábricas, droguerías, controlar e inspeccionar la preparación y expendición de alimentos y bebidas, y dar seguimiento a epidemias y prevenir y dictar medidas para el control y erradicación de las enfermedades. En 1891, el Consejo Superior de Salubridad publicó el Código Sanitario Federal, que luego fue reformado y sancionado por última vez el 10 de septiembre de 1904, norma que fue utilizada como modelo de los códigos sanitarios que las legislaturas de los estados utilizaron para la promulgación de sus respectivos códigos. En la obra de ese código, Eduardo Liceaga tuvo un papel fundamental, con el fin de federalizar el combate a las epidemias, la vigilancia de puertos, las fronteras, el análisis de los alimentos y la profilaxis de enfermedades.

En 1910, el Consejo Superior de Salubridad, con motivo del Centenario de la Independencia, dio a conocer una obra llamada La salubridad e higiene en los Estados Unidos Mexicanos. Brevísima reseña de los progresos alcanzados desde 1810 hasta 1910, que es la reseña más completa de la salubridad del México de la época. La publicación del Consejo fue el Boletín del Consejo Superior de Salubridad.



Instituciones de difusión de la medicina


Durante el siglo XIX, el interés de los médicos por reflexionar y discutir las orientaciones de la profesión, así como la defensa de los intereses gremiales, se sintetizó en la formación de varias sociedades médicas. La primera fue la Academia de Medicina de Mégico, que surgió en 1836, con el fin de difundir los nuevos conocimientos médicos para sanar y contribuir con observaciones a enfermedades y epidemias. Esta academia fue importante, ya que formó la primera publicación periódica médica del país, con el título de Periódico de la Academia de Medicina de Mégico, y cuya vida transcurrió entre los años de 1836 y 1843; no obstante, la institución de difusión más importante del siglo fue la Academia Nacional de Medicina de México, que se fundó en 1864 durante el 2.º Imperio. Recordemos que la Comisión Científica, Literaria y Artística de México tuvo una Sección Médica, que fue fundada el 30 de abril de 1864, y fue formada por 22 médicos, 10 mexicanos, 10 franceses, uno alemán y uno italiano. El presidente de la Sección fue el médico europeo Carlos Alberto Ehrmann y los vicepresidentes fueron Miguel Francisco Jiménez y Julio Clement. Esa Sección luego se transformó en Sociedad Médica de México y finalmente en 1873 adoptó el nombre de Academia de Medicina. Desde sus inicios, esta institución tuvo como órgano de difusión la Gaceta Médica de México, publicación periódica que hasta la fecha continúa publicándose. Entre las secciones originales que tuvo la publicación destacan las dedicadas a la anatomía patológica, cirugía, profilaxia, medicina práctica, terapéutica y materia médica, así como higiene pública, estadística médica, necrologías y la vida de la academia. Posteriormente surgieron gran cantidad de publicaciones de difusión del conocimiento médico; entre otras, podemos mencionar Unión Médica, La Escuela de Medicina, La Medicina Científica, El Despertar Médico y La Medicina Doméstica. Otras sociedades médicas de la época fueron, entre otras, La Sociedad Familiar Médica, la Sociedad Médica Pedro Escobedo y la Sociedad Médica Larrey.

Instituciones hospitalarias en México del siglo XIX


La institución hospitalaria más importante de la época fue el Hospital de San Andrés, fundado en 1779, a raíz de una epidemia de viruela. Al paso de los años a él se sumaron los enfermos del antiguo Hospital del Amor de Dios, formándose para atenderlos un departamento de sifilíticos gálicos. Como parte de los cambios que ocurrieron en esas instituciones, el 27 de noviembre de 1852, el Ayuntamiento de la Ciudad de México entregó el Hospital de San Pablo a las Hermanas de la Caridad. En ese hecho destacan las actividades de los regidores Ignacio Domínguez, Pedro Solórzano y Leandro Estrada, quienes junto con el administrador de la congregación de las Hermanas de la Caridad, establecieron las bases por las cuales las religiosas atenderían a los enfermos del Hospital de San Pablo.



Cuarto con enfermos sobre camas y enfermeras de pie

(s. a.) (s. f.). Hospital de las Hermanas de la Caridad [fotografía]. Tomada de http://www.periodicopuravida.net/hospital-san-juan-de-dios-rinden-homenaje-a-las-hermanas-de-la-caridad/?utm_campaign=shareaholic&utm_medium=facebook&utm_source=socialnetwork



Asimismo, el 1 de abril de 1855, el presidente Antonio López de Santa Ana, creó el Reglamento para el Servicio Médico Militar del Ejército y Armadas Nacionales. La disposición jurídica, que contiene 135 artículos, divididos en nueve capítulos y tres títulos, fue el esquema de la estructura médico-militar que acompañó al Ejército de la república en su defensa del territorio nacional.

Durante la primera mitad del siglo, los hospitales nacionales pasaron muchas penurias, debido a los pobres recursos económicos, tal y como aconteció con los hospitales de San Andrés, San Pablo, San Hipólito, San Lázaro Divino Salvador, San Juan de Dios y San Pedro de Terceros, y que eran denominados civiles. Los cambios iniciaron a partir del 28 de febrero de 1861, cuando el gobierno federal crea la Dirección General de Fondos de Beneficencia, que administrará los hospitales y establecimientos de beneficencia.

El gobierno liberal del presidente Benito Juárez, en una medida, que fue consecuencia de la secularización de hospitales y casas de beneficencia, decretó que todos los hospitales y establecimientos de beneficencia estarían regidos por la Dirección General de Fondos de Beneficencia, dependiente de la Secretaría de Gobernación, instrumento de organización federal, que toma bajo su cuidado todos los hospitales y establecimientos de beneficencia. Entre las reformas realizadas en la época, el 12 de agosto de 1862, el Ayuntamiento de la Ciudad de México cerró el Hospital de San Lázaro, terminando con ello una historia de 290 años. De ese modo concluyó la historia de la institución fundada por Pedro López, que duró siglos y que al final sólo albergaba a 30 leprosos que fueron enviados al Hospital de San Pablo.

Es interesante indicar que, en 1862, al existir una reorganización de los hospitales, las autoridades propusieran que en ellos existiera una dirección facultativa formada por los médicos cirujanos y un farmacéutico, y que debía ser nombrada por los propios médicos; por ello, existe un jefe médico, que es el responsable de un servicio médico dentro del hospital y auxiliado por médicos cirujanos suplentes, así como por los practicantes internos y externos que ingresan al nosocomio por concurso de oposición. Tal propuesta consolidó en los años siguientes la creación de los servicios médicos por departamentos o salas de los hospitales, los cuales en el periodo tuvieron servicios de medicina interna o externa, cirugía, sífilis, alcoholismo, enfermedades de la piel, lazarinos, tifosos, enfermedades de los ojos, dementes, niños y mujeres, incluyendo a veces un departamento de partos ocultos.

Así, en San Andrés, al final del siglo, había un departamento de cirugía de hombres, a cuyo cargo estaba Rafael Lavista. Había una sala de cirugía menor, dirigida por Ricardo Vértiz y una sala de cirugía de mujeres, cuyo responsable era Agustín Andrade.

Esos espacios se complementaban con las actividades quirúrgicas que se realizaban en la Casa de Maternidad, el Hospital Concepción Béistegui y en el Hospital de Jesús, en donde, en particular, Ángel Iglesias atendía a enfermos de padecimientos oculares, como lo hacía Manuel Carmona y Valle, alumno de Brown-Séquard, en San Andrés. Al finalizar el siglo, los enfermos atendidos en los nosocomios del periodo llegaban a cifras elevadas. Por ejemplo, en San Andrés se atendían a poco más de 300 enfermos. En San Pablo, que había cambiado su nombre a Hospital Juárez, se congregaban casi 400 pacientes. San Hipólito recibía 150 hombres y el Divino Salvador atendía a 170 mujeres dementes. En la época hubo la fundación de nuevos hospitales, como el de Maternidad e Infancia, el Hospital Militar, así como el Hospital Morelos, dedicado a la atención de las enfermas sifilíticas. En los estados de la república figuraron hospitales como el Civil de Aguascalientes e Hidalgo y el de Toluca, entre otros.

Entre los hospitales privados que surgieron en la época, estuvieron el Hospital Concepción Béistegui. El 12 de diciembre de 1886, la Colonia Americana en México abre las puertas del Hospital Lord Cowdray, que luego será conocido como Hospital Americano, dedicando sus servicios a los integrantes de la comunidad americana. El 24 de septiembre de 1860, la colonia española en México obtiene una sala del Hospital de San Pablo, para el cuidado de sus conciudadanos, cumpliendo de ese modo el mandato de la Sociedad de Beneficencia Española, y recibiendo del Ayuntamiento de la Ciudad de México una sala en el Hospital de San Pablo, contigua a la que utilizaban los ciudadanos franceses, belgas y suizos, para la atención de los enfermos españoles pobres que lo solicitaran.

Los saberes médicos del siglo mexicano


La introducción de los nuevos saberes importados de Europa, en el siglo XIX, significó una revolución en las ideas médicas en México, ya que esas orientaciones, en donde se distinguen claramente la consolidación de la clínica, la patología y la bacteriología, sirvieron para crear nuevos modelos de comprensión del fenómeno morboso. En el ámbito epistemológico, el saber médico expresado a través de una mentalidad anatomoclínica, cuya base fue la lesión anatómica, fue fecundo, pues la enfermedad, al ser concebida como algo que es y que sucede en el organismo por obra de la lesión anatómica que la determina, como afirmó Rudolph Virchow, se convirtió en el paradigma que alentó un programa científico en donde las entidades nosográficas fueron concebidas y nombradas según la lesión anatomopatológica que las determinaba, y que sirvieron para formular una anatomía patológica pura. Esa mentalidad se había enriquecido con la fisiología, que enfocada al estudio y la explicación de las funciones del organismo y la comprensión de los fenómenos físico-químicos, construyó la noción sobre el signo interpretado como signo funcional y que asociado a la invención de la prueba funcional, en el laboratorio fue sintetizado como fórmula de la evaluación cuantitativa y constante sobre la enfermedad.

Posteriormente, la mentalidad anatomopatológica y fisiopatológica convivió con las teorías del químico Louis Pasteur y del médico Robert Koch, quienes impulsaron los estudios etiopatológicos, todo ello en un siglo, en donde la antigua práctica del arte de la medicina hipotética y conjetural desapareció para dar pasó al estudio científico de las enfermedades que logró múltiples éxitos para la medicina en México y en el mundo.

El proceso histórico inició desde la primera década del siglo XIX. Posteriormente, en 1822, Manuel Carpio, antiguo alumno del Jardín Botánico, tradujo el artículo pectoriloquio –la novedad tecnológica inventada por Leopold Auenbrugger utilizada en la clínica–, que apareció en el tomo 40 del Diccionario de Ciencias Médicas de París. Carpio publicó ese trabajo junto con los aforismos de Hipócrates, justo el año cuando Laennec publicó El tratado sobre la auscultación y las enfermedades del pulmón y el corazón.

En especial, la utilización del estetoscospio –invención de Laennec–, instrumento para escuchar los ruidos del corazón y el tórax, fue una novedad, que médicos como Carpio seguirán, pues el conjunto de médicos de la época serán admiradores de los avezados clínicos y fisiólogos franceses de la época. De ahí que la clínica en México fue un modelo fiel de la clínica parisiense traducida al ámbito local. En 1852, el titular de la cátedra de clínica en la Escuela Nacional de Medicina fue el Dr. Miguel Francisco Jiménez, natural de Puebla, de Amozoc, que nació en 1813, de cuna humilde y huérfano a los 17 años. ingresó al Establecimiento de Ciencias Médicas en 1834. El 13 de septiembre de 1838 presentó su examen con el trabajo Lesiones de continuidad en general. Posteriormente, enseñó anatomía y después clínica interna. Sus trabajos más conocidos son sobre el absceso hepático con su cuadro clínico completo, según sus distintas localizaciones y su terapéutica, describiendo como novedad médica mundial las punciones evacuantes. Jiménez murió el 2 de abril de 1875, no sin antes constituir la Sociedad de Medicina Familiar, la cual fue un enlace entre las varias generaciones de médicos mexicanos. Gracias a su interés por escribir sus Lecciones de clínica, que se comenzaron a publicar en 1858, se tienen los ejemplos más acabados del desarrollo de la clínica mexicana.



Retrato del doctor Miguel Francisco Jiménez


(s. a.) (s. f.). Doctor Miguel Francisco Jiménez [dibujo]. Tomado de https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Miguel_Francisco_Jimenez._Lithograph_by_Muller._Wellcome_V0003112.jpg



Jiménez, con agudeza, describió casos clínicos que revelan la presencia de la enfermedad a través de los signos detectados por el médico. Pongamos un ejemplo sobre La lección sobre el hidrotórax. Comienza Jiménez diciendo que es corriente llamar hidrotórax o derrame de pecho, las colecciones de líquido que espontáneamente se hacen en la cavidad de la pleura, ya sean de serosidad, de pus o de sangre. Advierte que debería de llamarse correctamente hidro-tórax, a la simple hidropesía del pecho; hemato-tórax a la de la sangre y empiema a la colección de pus. Jiménez decía que el médico frente al enfermo debía de buscar los síntomas y signos que revelaran la lesión patológica causante de la enfermedad. Debía con ello elaborar un diagnóstico, un pronóstico y dictar la terapéutica adecuada. Sus explicaciones clínicas reproducían el modelo anatomoclínico, creado por la Escuela de París. Por otro lado, en los estados de la república, en especial en Michoacán, el Dr. Manuel González Ureña, quien fue un prolijo autor de obras médicas, entre las que destacan Memoria sobre la diabetes en general (1822) y Compendio elemental de anatomía general (1834), distinguió 21 clases de tejidos, conforme a las ideas de Xavier Bichat.

En lo que atañe a la patología, en la Escuela Nacional de Medicina hubo profesores destacados, como Gabino Barreda, a quien se considera introductor de la corriente filosófica francesa llamada positivismo y autor de las Lecciones de patología general, así como el doctor Adrián Segura, quien también publicó una obra con título similar: Lecciones de patología general. En el proceso de consolidación de la patología, en 1896, el Dr. Rafael Lavista fundó el Museo Anatomopatológico en el Hospital de San Andrés, con el fin de coleccionar las piezas anatómicas de los órganos afectados por la enfermedad. En la Escuela de Medicina el interés por la patología fue amplio y el Plan de estudios de 1902 tuvo diversas cátedras relacionadas con esa ciencia médica, la cual, para principios del siglo XX en México, estaba consolidada. Los profesores en la escuela fueron, aparte de Toussaint, José Meza y Gutiérrez (anatomía patológica), José Terrés (patología médica), Francisco Vásquez Gómez (patología quirúrgica), José Ramos (patología médica), José María Gama (patología quirúrgica) y José Vértiz (patología general).

En lo que atañe a la fisiología, esta se comenzó a cultivar en el Instituto Médico Nacional, sitio en donde se introdujo y se hizo operativo el pensamiento fisiológico de Claude Bernard. La introducción del pensamiento fisiológico en el laboratorio correspondió al Dr. Daniel Vergara Lope, quien cultivó una línea de investigación relativa a la fisiología de las alturas, como explicación de casos particulares de afecciones morbosas.

En lo que corresponde a bacteriología, el 8 de julio de 1880, el Dr. Ángel Gaviño Iglesias se graduó de médico en la Escuela Nacional de Medicina; posteriormente, hacia 1885 y 1887, con el apoyo de las autoridades, instaló en la Escuela Nacional de Medicina el primer laboratorio de bacteriología que existió en México.

En 1889, en ocasión de la Exposición Universal de París, marchó a Francia, en donde tomó un curso de bacteriología impartido por Louis Pasteur, ciencia que a decir del Dr. Gaviño había a progresado más que ninguna otra. De regreso a México, Gaviño fue aceptado en la Academia Nacional de Medicina de México, en donde, en noviembre de 1890, presentó su trabajo denominado Consideraciones sobre el citofagismo y la quimiotaxia. Memoria presentada para optar a la plaza (de nueva creación) en la sección de bacteriología. El estudio estuvo basado en los principios vanguardistas de Elie Metchnikoff, investigador del Instituto Pasteur, sobre la existencia del fenómeno de fagocitosis en los organismos. La memoria recogía las teorías de Pfeiffer sobre la propiedad de los seres vivos de tener movilidad y dirigirse a ciertas sustancias que tenían sobre ellos acción química, fenómeno que Gaviño denominó quimiotaxia. En su conjunto, esas fueron las bases teóricas del trabajo de Gaviño, que sirvieron para sentar las bases del pensamiento bacteriológico en México. Como ejemplo de la operatividad del pensamiento bacteriológico de Gaviño ante problemas específicos, en junio de 1895, ante los integrantes de la Sociedad Médica Pedro Escobedo, presentó su trabajo intitulado Contribución al estudio de las infecciones faríngeas. Como preámbulo, Gaviño señaló que tiempo atrás se habían hecho estudios acerca de las infecciones, pero dada la presentación de los casos, los ejemplos eran difíciles de conocer en su integridad; por ello, ante la oportunidad de conocer el caso específico de una amigdalitis infecciosa que se trasmitió de un miembro a toda una familia; el caso, decía Gaviño, permitía reflexionar sobre los modos de propagación de la enfermedad y la relación que existe entre el estado de nuestro clima y las afecciones de la boca y faringe.



Mujer con cubrebocas con un vaso y medicinas frente a ella

(s. a.) (s. f.). Afecciones [ilustración]. Tomada de https://pixabay.com/es/illustrations/ni%C3%B1as-copas-de-agua-los-resfriados-4054960/



Gaviño concluyó que los vientos de la ciudad acarreaban millares de esporas bacterianas, que penetran por las vías respiratorias. Sabedor de los postulados de R. Koch, enunciados en 1884 ante la Sociedad Fisiológica de Berlín, sobre los procedimientos para la identificación de los gérmenes, procedió a aislar, cultivar y reproducir el germen responsable de la infección por él observada. El trabajo lo completó con la toma de una muestra para cultivo, procedente de una persona también enferma que estuvo cercana al niño infectado. Esa metodología usada por el Dr. Gaviño, en el contexto, sirvió para que formulara su iniciativa de crear un Instituto Bacteriológico Nacional, cuyo fin sería el estudio, tratamiento y erradicación de las enfermedades epidémicas en México. La propuesta fue presentada el 20 diciembre de 1895, en una memoria que versaba sobre la Necesidad de crear un Instituto Nacional Bacteriológico.

Instituciones de investigación durante el siglo XIX


Los institutos de investigación fueron creados al final del siglo XIX, durante el periodo de Porfirio Díaz, quien alentó su creación gracias a la política científica impulsada durante su régimen basada en dos ejes: la formación de recursos humanos en el extranjero y la formación de institutos de investigación médica.

En 1888 fue creado el Instituto Antirrábico Nacional, cuyo fin fue crear las vacunas contra la rabia. La iniciativa se originó a partir de la estancia que Eduardo Liceaga realizó en París, donde tuvo oportunidad de conocer a Louis Pasteur, quien le donó un cerebro de conejo infectado de rabia con el cual, en México, preparó las vacunas contra la rabia en el Instituto Antirrábico Nacional. Así, el 18 de abril de 1888 hizo con éxito la primera inoculación en el hombre, en la Ciudad de México. Esa experiencia fue repetida por el doctor Miguel Otero, quien en San Luis Potosí hizo una serie de experimentos con el pus rábico de perros locales, en el Hospital Militar de esa ciudad, logrando crear vacunas idénticas a las del sabio francés. Esas vacunas contra la rabia fueron puestas a disposición de los habitantes del estado y departamentos vecinos a partir de octubre de 1889. El trabajo de gran originalidad fue conocido por Pasteur, quien felicitó y envío una fotografía personal firmada y dirigida al destacado médico que creó el segundo laboratorio pausteriano en la campiña mexicana.

El Instituto Médico Nacional fue el primer organismo oficial de investigación dedicado al estudio de la flora, fauna, climatología y geografía desde el punto de vista médico. Fue creado el 7 de diciembre de 1888 y suprimido el 14 de agosto de 1915. Entre sus antecedentes se encuentran la Exposición Internacional de París, de 1889, en la que México participó. La institución fue impulsada por el general Carlos Pacheco, quien elaboró el proyecto de creación y de organización del instituto.

El director nombrado fue el Dr. Fernando Altamirano, teniendo el instituto cinco secciones, cuyos responsables fueron…




1.a sección, encargada de elaborar la historia, descripción y clasificación de las plantas medicinales. Jefe: Dr. José Ramírez
2.a sección, encargada del estudio químico de las plantas medicinales. Jefe: Profe. Donaciano Morales
3.a sección, encargada del estudio fisiológico y de farmacodinamia en los animales de experimentación. Jefe: Dr. Fernando Altamirano
4.a sección, encargada de la aplicación terapéutica de las plantas medicinales en los enfermos de diferentes hospitales. Jefe: Dr. Juan Govantes
5.a sección, encargada de estudiar la climatología y geografía médica. Jefe: Dr. Domingo Orvañanos


Esta institución sentó las bases de la investigación científica en México, ya que en ella trabajaron de tiempo completo los primeros científicos médicos pagados por el Estado. También fue el primer instituto de medicina moderno, al vincular las funciones de investigación, servicio y enseñanza de la medicina, además de ser la institución que impulsó el cultivo y estudio de la fisiología a nivel profesional y cuya figura más importante fue la del doctor Daniel Vergara Lope, quien fundó el primer laboratorio de fisiología experimental que tuvo México. Todo ello, en el marco de un reglamento interno de funcionamiento, cuya organización tuvo como eje la existencia de las secciones científicas, en donde se realizaban los trabajos que fueron publicados en el Estudio, órgano del Instituto Médico Nacional, que apareció el 10 de junio de 1889, y que luego se transformó en Anales del Instituto Médico Nacional (1894). Ese modelo de investigación fue imitado por los institutos formados en el periodo.

Instituto Patológico Nacional. En 1899, el Museo Anatomopatológico del Hospital de San Andrés, gracias a la iniciativa del Dr. Rafael Lavista, se trasformó en Instituto Patológico Nacional, a partir de 1900. Su organización científica se basó en las secciones científicas que había inaugurado el Instituto Médico Nacional, y su fin fue conocer la etiología de las enfermedades del país.

“[...] los factores microscópicos que preceden a la infección para descubrir sus respectivas toxinas y las circunstancias que concurren a su elaboración, y si bien definidas llegamos a neutralizarlas, a hacerlas tolerables por la economía, confiriéndole inmunidad, habremos realizado la grande obra que perseguimos”.


Posteriormente, frente al gran éxito que alcanzó su sección de bacteriología, se crearon las vacunas antipestosas de Haffkine y Bedesrka, que sirvieron para combatir la epidemia de peste bubónica del puerto de Mazatlán, de 1902 y 1903. El hecho permitió a México, por primera vez en su historia, que en un laboratorio médico se hiciera la preparación industrial de grandes cantidades de suero y vacunas, que lanzó a México como país productor de vacunas contra las enfermedades. Otros importantes estudios que realizó el patológico fueron sobre los mecanismos de trasmisión del tifo exantemático, así como estudios sobre el mal del pinto en la zona de Guerrero y Morelos. El órgano de difusión del instituto fue el Boletín del Instituto Patológico Nacional.

Instituto Bacteriológico Nacional. Debido al éxito de la sección de bacteriología del patológico, ésta fue elevada a rango institucional, creándose el Instituto Bacteriológico Nacional, en 1905, y su director fue el Dr. Ángel Gaviño.

El fin del instituto fue eminente práctico, ya que se dedicó a “estudiar las enfermedades infecciosas en sus relaciones con la bacteriología y preparar sueros y vacunas antitóxicos para prevenirlas y combatirlas, haciendo a la vez los estudios de química biológica que sean indispensables para el debido examen de las toxinas, diastasas y demás productos bacteriológicos”.


En los inicios del siglo XX, el Instituto Bacteriológico Nacional se dedicó a realizar estudios sobre las vacunas anticarbonosa y vacuna antipestosa. Preparó suero anticolérico para el diagnóstico del cólera morbus, suero antineumocócico, suero antitetánico, suero antidiftérico y suero antidisentérico.

Vaso con suero rosa

Suero antidiarreico

Obras médicas del periodo


En lo que corresponde a las obras médicas, la medicina hizo un completo seguimiento de la medicina francesa, y por lo tanto hubo pocas obras médicas en el periodo, excepto varios trabajos que vieron la luz pública en las revistas de la época. Como la obra de Luis Jecker, fundador del Establecimiento de Ciencias Médicas, y autor, en 1853, de Adversaria oftalmológica o sea examen crítico y oftalmoscópico sobre algunos puntos en controversia acerca de la catarata. Isidoro Olvera también fue autor de otra obra, intitulada Teoría de la electricidad aplicada a la fiebre en general y particularmente al tifo. Ese mismo año, en la ciudad de Guadalajara, en una edición sumamente modesta y costeada bajo su propio peculio, apareció una obra en octavo de 375 páginas, del reconocido médico y farmacéutico Dr. Leonardo Oliva. La obra publicada bajo el sello de la tipografía de Rodríguez, fue Lecciones de farmacología, dadas por el catedrático del ramo en la Universidad de Guadalajara. Por su lado, el doctor Fortunato Arce Rubio, médico también de Guadalajara, fue autor del estudio Las heridas del corazón, que contenía un total de 135 casos de heridas del corazón y su tratamiento. El estudio fue el resultado de la observación de una serie de casos, comparando los datos con las estadísticas que existían en Europa, señalando las diferencias locales y analizando la posibilidad terapéutica planteada por Block sobre la sutura en las heridas penetrantes del corazón, aceptando la probabilidad en casos con ciertas condiciones. Ante esta situación de escasa producción científica de obras, el historiador de la medicina, Francisco Flores, lamentaba hacia 1887, que hubiera un inmenso vacío de textos médicos de carácter nacional; sin embargo, en lo que atañe a la historia de la medicina, hubo avances, ya que Francisco Flores, en 1888, publicó su Historia de la medicina, desde los indios hasta el presente, obra historiográfica en dos volúmenes, que aunque de corte positivista, siguiendo los tres periodos establecidos por Comte, estableció una historia de la medicina que aún sigue consultándose. Por su parte, Nicolás León fue autor de la Historia de la obstetricia en México, también de corte positivista, en donde divide la historia de esta especialidad utilizando un criterio periódico análogo a la historia política, y en donde realza los hechos, en términos de evolución de esa profesión.

Las enfermedades y epidemias


En términos generales, las enfermedades durante el siglo fueron una plaga difícil de combatir. A este respecto, por ejemplo, los doctores Jesús Díaz de León y Manuel Gómez Portugal, en una obra intitulada Apuntes para el estudio de la higiene de Aguascalientes, publicada en 1894, señalaban un conjunto de enfermedades que asolaban al país, por grupo se encontraban las siguientes:



Por su parte, la Comisión Internacional encargada de revisar la Nomenclatura de las Causas de Defunción, señalaba que en el mundo existían 179 causas que provocaban la muerte de las personas. Esas causas se encontraban en las Nomenclaturas internacionales de las causas de defunción adoptadas por la Comisión Internacional encargada de revisar la Nomenclatura de las Causas de Defunción, Clasificación Bertillon, que fueron publicadas por la Secretaría del Consejo Superior de Salubridad en 1900.

Usando esa clasificación, las enfermedades más frecuentes en México, entre niños, jóvenes y adultos, fueron la fiebre tifoidea, el tifo exantemático, las fiebres, la viruela, el sarampión, la escarlatina, la tos ferina, la influenza, el cólera y la disentería. Por sexo, las enfermedades más recurrentes en las mujeres fueron sífilis, la albuminuria, los traumatismos y el exceso de trabajo, así como los accidentes del embarazo, las hemorragias y la septicemia puerperal; sin embargo, la principal causa de muerte a lo largo del siglo fue el tifo.





En la época, también se señaló que las causas principales de muerte en la Ciudad de México eran, en primer lugar, el tifo, seguido de la viruela y la sífilis (la población del distrito se incrementaba cuando se sumaban los números de las poblaciones vecinas). La mortalidad, tomando en cuenta el último censo del 15 de agosto de 1889, en que se considera al Distrito Federal una población de 444 181 habitantes, habiendo 22, era de 262 muertos en el año.

Acerca de la mortalidad, en 1889 la cifra de muertes, exclusivamente en la Ciudad de México, que contaba con una población de 329 535 habitantes, fue del orden de 15 974 muertos, es decir, casi cinco por cada 100 vecinos. Hacia finales del siglo había 363 818 habitantes en la ciudad y las muertes, por diferentes causas, fueron calculadas en 21 744, así como el rango de mortalidad por cada 1000 personas se calculaba en 57.4 %.

Todo ello, ofrece una aproximación a la gran mortalidad que hubo en el periodo, debido a las enfermedades, que luego se combinaban con las epidemias. Respecto a éstas, durante el periodo, la principal fue la del cólera, que atacó a la república en 1833, 1850 y 1885, como parte de las pandemias del siglo. En la época también hubo peste bubónica, en 1902 y 1903, así como sucesivas epidemias de fiebre amarilla, sarampión y tifo en diferentes épocas del siglo.

A continuación, te recomendamos veas el video titulado Las enfermedades en el siglo XIX. Para ahondar en el tema.


La terapéutica y la materia médica del siglo


Durante el periodo, la terapéutica se fue desarrollando conforme se fueron incorporando las novedades médicas del periodo. Evidentemente esto ocurrió intensamente al final del siglo, pues al inicio, las enfermedades eran tratadas con la materia médica de la época, la cual continuaba siendo galénica. De ese modo, las plantas medicinales y los minerales fueron utilizados para combatir las enfermedades del periodo durante todo el siglo, e incluso, como sabemos, se creó, en 1888, un Instituto Médico Nacional, con el fin de efectuar investigación médica científica para obtener drogas de las plantas con propiedades médicas. A este respecto, recordemos que en 1864 se formó la primera farmacopea en México, a la cual le sucedieron otras ediciones. Entre los textos relativos a la terapéutica de la época, sobresalen los del Dr. Manuel González Ureña, quien fue autor de La hidroterapia, sus orígenes hasta nosotros (1843), así como el Método vulgar y fácil para curar las viruelas (1830), y Método preservativo y curativo del cólera morbus (1833), en donde equivocadamente se señaló que la enfermedad no era contagiosa. Un evento extraordinario para la terapéutica de la época fue el del 1 de julio de 1868, en donde el Dr. Ángel Iglesias informó a la comunidad médica mexicana que el cow-pox que trajo a México de Francia había servido para inocular sucesivamente dos terneras que habían servido para producir la vacuna.

El suceso marcó una nueva etapa en la historia de la vacunación en México, pues asimiló los más modernos descubrimientos en medicina y puso a la altura a la medicina nacional con las mejores de Europa, al incorporar la técnica de vacunación descubierta por Edward Jenner, para prevenir la viruela, utilizando linfa animal. Ese procedimiento se utilizaría hasta el año de 1910, no sin ser objeto de enconadas polémicas en Europa y en México.

Las novedades médicas en México


El uso del cloroformo fue introducido en México por el Dr. Pablo Martínez del Río, en el contexto de la guerra entre México y los Estados Unidos, de 1846-1848. Esta novedad en la medicina fue comprendida en toda su dimensión, pues Martínez concluyó que tal innovación permitía practicar las más arduas y más terribles operaciones de alta cirugía.


(s. a.) (2017). La anestesia y las operaciones [fotografía]. Tomada de https://pixabay.com/es/photos/la-cirug%C3%ADa-hospital-m%C3%A9dico-3034071/



En lo que atañe a las prácticas de antisepsia, estas iniciaron cuando Rafael Lavista, siguiendo el método de Alfonso Guerin, frente a un caso de sinovitis crónica, utilizó algodón desinfectado en ácido fénico, lavando la herida. Esas prácticas antisépticas se volvieron usuales, incluso cuando Francisco Montes de Oca, en la sala de operaciones del Hospital Militar, combinó el uso del zacate y el jabón, con la solución de Labarraque, que contenía hipoclorito de sodio para el tratamiento y limpieza de las heridas. Por su parte, el Dr. Julián Villareal, en el Hospital Morelos, en 1897, introdujo el método inusual de lavar los instrumentos y hervirlos. Finalmente, Fernando López, en 1900, comunicó en la Academia Nacional de Medicina que habían llevado a cabo una histerectomía utilizando instrumentos hervidos y un campo estéril cubierto con lienzos esterilizados. El éxito fue completo, ya que no hubo ninguna complicación. Otra novedad en México fue el uso de los rayos X, que se usaron en el Hospital Juárez, en 1896, por el médico Tobías Núñez, e incluso en el Hospital Hidalgo de Aguascalientes, cuando se reinauguró el nosocomio, en 1900, se contó con un servicio de rayos X y un aparato llamado “Nebulizador Eureka”, destinado a la curación de las vías respiratorias.

Cirugía del siglo XIX

En el siglo, la posibilidad de construir una salida terapéutica, basada en la concepción de que, si los órganos y tejidos estaban lesionados, existía la posibilidad de intervenirlos quirúrgicamente, con el fin de extirparlos, fue una opción que la medicina científica no descartó. Esa renovación de la cirugía ocurrió cuando José Ruiz fundó una cátedra particular de cirugía a cargo de Pedro Escobedo, donde iniciaron por primera vez en México grandes operaciones. Por su parte, Miguel Muñoz fue un barbero que operaba cataratas y efectuaba extracciones, blefaroplastias, queratotomías, además de ser un diestro partero. Otro oftalmólogo distinguido que trabajó en México fue Luis Jecker, fundador del Establecimiento de Ciencias Médicas. La cirugía se amplió con la experiencia de los médicos extranjeros, como el Dr. Billete, que hizo, en 1837, una amputación de pene, en un enfermo de sífilis, y Severino Galenzowky, médico polaco, que en 1838 efectuó diversas intervenciones, como la extirpación de un cáncer de labio y la incisión y ligadura de un aneurisma de la carótida. Miguel Jiménez fue el primero en el mundo en utilizar la punción en los abscesos del hígado. En ginecología, Juan María Rodríguez utilizó la técnica por versión con maniobras externas, y Federico Semeleder hizo las primeras intervenciones sobre pólipos de la laringe. Por su parte, Eduardo Liceaga hizo la resección subperióstica de la articulación coxofemoral.

En los años siguientes, en 1874, Ricardo Egea y Galindo efectuó con éxito una punción del pericardio con el aparato de Potain, para vaciar un gran derrame, y Luis Muñoz, ayudado por Rafael Lavista, practicó la ligadura de la arteria iliaca externa en el tratamiento de un aneurisma de la arteria femoral, pero la operación quirúrgica más exitosa se practicó el 22 de marzo de 1877, por Nicolás San Juan, quien efectuó la primera histerectomía vaginal en un caso de epitelioma con prolapso uterino. Por su parte, Rafael Lavista, en el Hospital de San Andrés, practicó la primera histerectomía abdominal en un caso de fibromioma gigante. Previo plan de Lavista, se hizo la operación en 1878, auxiliado por un equipo de médicos, como Eduardo Liceaga, a quien correspondió el trabajo de impedir la hernia intestinal. Al doctor Nicolás Andrade se le encargó mantener separados los bordes de la herida, conteniendo la sangre que escurriera, ya sirviéndose de las pinzas de Peán o de Verneuil. Por su parte, Francisco Ortega y Pablo Martínez del Río fueron los encargados de esponjear continuamente la herida. Ramón Egea, con Sánchez Castillo, fueron los encargados de tener preparadas esponjas y lienzos limpios. El Dr. José María Bandera tuvo a su cargo el exclusivo manejo de la anestesia, y Demetrio Mejía mantuvo listo el termocauterio de Paquelín; asimismo, el Dr. Lorenzo Chávez fue el encargado del spray de Lister, y los doctores Gama y Aniceto Ortega fueron designados para cuidar las piernas de la enferma. Finalmente, el Dr. Manuel Domínguez fue responsable de tener a mano las ligaduras de hilos metálicos y de seda para su uso. A pesar del poco éxito de la operación, Lavista, en 1879, emprendió esta vez con éxito una intervención de un caso de estrechamiento absoluto del esófago. También Lavista generalizó el tratamiento de las estenosis uretrales por medio de la uretrotomía interna. Hizo ovariotomías y laparotomías y resecciones de maxilares superior e inferior e intervino casos de testículos cancerosos, hernias estranguladas, traqueotomías y desarticulación de hombro, así como amputación de miembros inferiores.

Por su parte, Francisco Montes de Oca, director del Hospital Militar, fue autor de dos técnicas quirúrgicas: una para practicar una amputación de pierna con incisión en raqueta y la segunda para desarticular el hombro. Por otro lado, en Michoacán, se practicaban histerectomías o incluso extirpación completa de la matriz, como la practicada en 1887 por el Dr. Antonio Pérez Gil; asimismo, en el Hospital Militar, eran tratadas las heridas penetrantes de pleura. En 1888, Juan María Rodríguez efectuó por primera vez la operación de Porro. Por su parte, José Ramos fue el primero en el mundo en remover quirúrgicamente un cisticerco del vítreo con total éxito. En 1890, Nicolás San Juan ejecutó una histerectomía abdominal con éxito, y en San Luis Potosí, en 1894, el doctor Miguel Otero y Arce hizo una resección completa del esternón, que incluyó una porción del pericardio parietal, con el fin de extirpar un tumor de grandes proporciones. Por su parte, en 1896, Regino González fue el primero en el mundo en hacer una prostatectomía perineal. Finalmente, Julián Villareal, con Fernando López y Felipe Arellano, ejecutaron una histerectomía abdominal, utilizando una solución de clorhidrato de cocaína como anestésico local, y en 1897, en San Luis Potosí, el Dr. José María Quijano recomendó, siguiendo a Murphy, ante el diagnóstico de apendicitis aguda, que de inmediato debía de intervenirse quirúrgicamente; opinión contraria a la recomendación, todavía en boga, sobre el enfriamiento del apéndice.

En suma, esta fue la breve historia de la medicina en el siglo XIX mexicano.

Actividad. Medicina del siglo XIX

El estudio de la medicina en México ofrece la oportunidad de conocer el desarrollo histórico del pensamiento moderno en la medicina, que surgió a partir del nacimiento de México como nación independiente en todos los órdenes de su vida social; entre ellos, la implementación de la medicina científica mexicana, que impulsó la creación de instituciones médicas, como el Establecimiento de Ciencias Médicas, luego Escuela Nacional de Medicina; asimismo, la creación de hospitales e instituciones, como el Consejo Superior de Salubridad, y finalmente el Instituto de Investigación Médica, al final del siglo; en su conjunto, conformaron una vasta y rica tradición de la práctica médica, que permitió el desarrollo de la medicina en México en el siglo XIX.

En esta actividad deberás identificar los diferentes procesos, elementos e instituciones que consolidaron a la medicina científica en México en el siglo XIX.




Autoevaluación. Medicina mexicana del siglo XIX

La medicina mexicana en el siglo XIX marcó el nacimiento de la medicina científica en México. Ese acontecimiento es la base de la creación de instituciones médicas, escuelas, hospitales, Consejo Superior de Salubridad e institutos médicos, que configuraron la rica tradición y práctica médica que, a través de las ciencias médicas, en especial la clínica y patología, la fisiología y la bacteriología, permitió el desarrollo de la medicina mexicana en dicho siglo.


Fuentes de información

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Prudential Insurance Company of the America. (1915). Panama-pacific. Exposition Memorial Publications of the Prudential Insurance Company of America. Mortality of the Western Hemisphere. Newark, N. J.

Sánchez, G. (2019). Historia del Instituto Médico Nacional. Ciudad de México: Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina-Facultad de Medicina-UNAM.

Vázquez, R. B. (2018). De la cirugía a la medicina quirúrgica en Puebla, 1768-1832. Puebla: BUAP.

Yslas, N. (s. f.). Resumen de toda la mortalidad en el Distrito. Secretario de Consejo Superior de Salubridad. La Escuela de Medicina. Periódico dedicado a las ciencias médicas, 14(XIII).

Cómo citar

Sánchez, G. (2020). Medicina mexicana del siglo XIX. Unidades de Apoyo para el Aprendizaje. CUAED/Facultad de Medicina-UNAM. Consultado el (fecha) de (vínculo)