Vertiente vitalista: la experimentación fisiológica en el siglo XVII
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IniciarEl siglo XVII ofrece diversos y significativos acontecimientos tanto para la historia de la ciencia en general como de la medicina en particular. Se trata de la época en la que se sitúa la llamada revolución científica, a la que contribuyeron personajes tales como Galileo Galilei (1564-1642), Francis Bacon (1561-1626), René Descartes (1596-1650), Isaac Newton (1642-1727) y en el ámbito médico la relevante figura de William Harvey (1578-1657). En esta centuria también se crean las primeras sociedades científicas como la Royal Society de Londres (1660) y la Académie des Sciences (1666) de París. Como parte de esa dinámica, las casas reales albergaron en la corte a personajes dedicados a diversas actividades como las matemáticas, la astronomía, la botánica y la química, entre otras.
Si se considera que las universidades mantenían una rígida estructura del saber, las academias y las cortes reales protectoras de personajes dedicados a las actividades que hoy se conocen como ciencia fueron importantes para que los nuevos saberes y prácticas encontraran un lugar de cultivo y propagación. Más adelante, estas academias dieron lugar a nuevas cátedras, jardines botánicos y colegios donde las novedades se sistematizarían y darían forma al siguiente periodo llamado Ilustración.
En el ámbito de las disciplinas de la salud, el siglo XVII:
En ese marco, la centuria presenta un panorama en el que puede distinguirse una diversidad de sistemas médicos, novedosos recursos terapéuticos y abundantes observaciones anatómicas y fisiológicas que progresivamente cambiarían la visión del cuerpo humano y su funcionamiento.
Se atribuye a Jean Fernel (1497-1558) haber introducido el término fisiología en su obra Medicina (1553), que estaba dividida en tres partes: fisiología, terapéutica y patología. Fernel daba una definición simple y breve al término: estudio de la función de las partes del cuerpo, para lo cual consideraba útil la aplicación de las leyes de la naturaleza.
Entre las nociones que figuraron en el siglo XVII se encontraba la que explicaba que las cosas contenían forma, materia y movimiento, por lo que al estudio de la estructura anatómica se fue uniendo la función. En el desarrollo de la fisiología se pueden destacar tres aspectos que resulta útil desglosarlos ya que también son parte de las características de la actividad científica de la época.
Desde el Renacimiento (siglos XV-XVI) y desde luego en los siglos posteriores, hubo entusiasmo por la observación y la experimentación. Investigar confiando en los propios sentidos y experiencias y expresar los resultados en términos cuantitativos era, en ese marco de pensamiento, el camino más certero para el conocimiento.
Diversos experimentos fueron ideados por médicos y anatomistas e incluso artistas para dar explicaciones a variadas funciones corporales. El iatroquímico Thomas Willis (1621-1675), por ejemplo, probaba la orina para determinar el sabor dulce característico de la diabetes. Animado por los trabajos sobre la circulación sanguínea, el cirujano inglés Richard Lower (1631-1691), transfundió sangre de un cordero a un joven paciente en 1667; mientras que Robert Boyle (1627-1691) colocó diversos animales en su esfera de aire para comprobar que en el vacío los animales languidecían. Andreas Cesalpino (1520-1603) aplicaba torniquetes para observar el flujo sanguíneo de la misma manera en la que procedió William Harvey años después.
La filosofía iatroquímica aportó mucho a la fisiología de la digestión al abordarla como una fermentación en la que intervenían diversas secreciones, diferente perspectiva de los mecanicistas que consideraban que se trataba de una función mecánica de las vísceras.
(s. a.) (2015). Orina como diagnóstico de diabetes [imagen]. Tomada de https://pixabay.com/es/photos/la-prueba-orina-contenedor-orina-1006794/
El afán experimental propició que los médicos recurrieran a instrumentos diversos que adaptaban para sus investigaciones o bien los ideaban para dar respuesta a los problemas que planteaban.
Uno de los primeros instrumentos que acompañó la práctica médica fue el fórceps obstétrico, cuyo uso generó una pequeña fortuna a la familia Chamberlen. Entre los célebres partidarios de las observaciones cuantitativas se encuentra Santorio Santorio (1561-1636), médico italiano y profesor de la cátedra de medicina teórica en Padua. Fue amigo de Galileo Galilei con quien tuvo en común haber hecho experimentos sobre el movimiento pendular, cuyas leyes fueron enunciadas por el astrónomo; mientras que a Santorio le inspiraron la idea de diseñar un pulsilogium o reloj que le servía para medir el pulso.
El instrumento tardaría en ser de uso generalizado en la práctica médica, la cual continuó basándose un buen tiempo en las consideraciones cualitativas sobre el pulso al que solía describirse como débil, fuerte, trémulo, errático o amoroso, entre otros adjetivos. El invento más famoso del médico italiano fue una “balanza metabólica” en la que pasó 30 años de su vida pesándose. La balanza le permitía observar los cambios de su peso corporal al hacer distintas actividades como comer, beber, evacuar. Las mediciones y observaciones acumuladas en varios años fueron descritas en su Ars de statica in medicina, libro de gran éxito.
Desde su invención, el microscopio fue un instrumento muy popular al que recurrieron diversos personajes para variadas observaciones. Athanasius Kirher (1602-1680) vio bacterias en los enfermos de peste, el holandés Antonio van Leewenhoek (1632-1723) describió diversos protozoos y bacterias, mientras que el inglés Robert Hooke (1635-1703) analizó la estructura porosa de un corcho y describió unas pequeñas celdas a las que llamó células. También fue el instrumento que permitió a Marcelo Malpighi describir los capilares pulmonares para cerrar el ciclo de la circulación sanguínea.
(s. a.) (2016). Balanza metabólica [imagen]. Tomada de https://pixabay.com/es/illustrations/b%C3%A1scula-de-ba%C3%B1o-horizontales-peso-1149264/
Además de los estudios del cuerpo humano también debe destacarse el examen anatómico y funcional hecho en animales. Tanto la disección como la vivisección de perros, gatos, cerdos, ranas, peces, palomas, serpientes y demás especies fueron de utilidad para corroborar las observaciones anatómicas humanas y también dieron lugar a diferentes estudios comparativos.
En algunos casos, como en los experimentos de William Harvey, han quedado vívidas descripciones de la manera en la que se abrían los huesos, se cortaban los músculos, se desangraban las venas de los animales; experimentos en la mayoría de los cuales no se usaban recursos analgésicos. De hecho, algunas voces empezaron a cuestionar la pertinencia del uso de animales en la experimentación ya fuera por la alteración de los resultados o por las implicaciones morales que significaban acostumbrarse a trabajar con el dolor ajeno.
(s. a.) (2014). Disección de rana [fotografía]. Tomada de https://pixabay.com/es/photos/rana-disecci%C3%B3n-la-biolog%C3%ADa-disecar-506008/
Para la iatroquímica el corazón tenía un significado especial. Recurriendo a la correlación macrocosmos-microcosmos, al corazón se le comparaba con el sol, ya que de él emanaba el fuego creador cuyo calor animaba la obra divina.
La terapéutica química estaba basada en la consideración de que el elemento que curaba (planta, mineral, animal) contenía un arcano o quinta esencia, es decir, una parte pura que se podía aislar mediante procedimientos adecuados (destilación, decantación, precipitación, amalgamación, entre otros). En ese marco, la materia médica se alejaba de la concepción de elementos unitarios con cualidades identificadas (seco, húmedo, frío, caliente) para ser concebida como cuerpos divisibles cuyas sustancias se podían reconocer, extraer e incluso manipular para formar nuevos compuestos.
(s. a.) (2016). Iatroquímica [imagen]. Tomada de https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:Iatroqu%C3%ADmica.jpg
La renovación terapéutica ocurrida en el siglo XVII estuvo vinculada a los medicamentos de origen mineral propuestos por la iatroquímica, particularmente los derivados del oro, plomo, mercurio y antimonio. El galenismo no contemplaba el uso de preparados de tipo mineral, mucho menos de uso interno ya que los consideraba venenos, pero apelando al postulado paracelsista que afirmaba que la dosis era la diferencia entre veneno y remedio, se empezaron a experimentar diversos recursos terapéuticos y variados métodos de obtención. A partir de la iatroquímica se introdujeron en la materia médica nuevos productos terapéuticos entre los que figuraron sales, láudanos, elíxires, tinturas, quinta esencias, con lo que progresivamente se modificó el contenido de las farmacopeas.
Esta corriente tuvo gran influencia en Europa y progresivamente fue ganando espacios oficialmente reconocidos para su práctica. La corona española, por ejemplo, estableció tres laboratorios de destilación en la segunda mitad del siglo XVI, a través de los cuales se introdujeron en la metrópoli las llamadas quinta esencias o medicamentos destilados de vegetales y minerales. En Francia, diversas instituciones abrieron espacios para los primeros cursos de química y libros como el Tyrocinium farmacéutico (Entrenamiento del químico) de Jean Beguin (1610) y el Cours de Chimie (1675) de Nicolás Lémery fueron multieditados.
Como figuras de la iatroquímica del siglo XVII destacan Franz de la Böe (o Silvius 1614-1672), quien compartió con Descartes el interés por la neurofisiolobía (cisura y acueducto de Silvio); Robert Fludd (1574-1637) y Thomas Willis (1622-1675), quienes pudieron ver de primera mano las explicaciones de Harvey sobre la circulación de la sangre y Joan Baptista Van Helmont (1580-1644) dedicado entre muchas áreas al estudio de las propiedades físicas de diversos gases, palabra cuya invención se le atribuye.
Marcelo Malpighi dio una dimensión diferente al estudio anatómico del cuerpo. Fue profesor de la Universidad de Pisa, donde conoció a Giovanni Alfonso Borelli (1608-1679), uno de los más famosos mecanicistas interesado en los aspectos morfológicos y funcionales del cuerpo, particularmente de los músculos, cuyo estudio le ha valido ser considerado el fundador de la biomecánica. Borelli lo invitó a participar en la Academia del Cimento (Academia del experimento) donde Malpighi conoció el microscopio.
Entusiasmado con el aparato, reunió las más variadas observaciones sobre las papilas gustativas, las pequeñas estructuras del cerebro, las huellas dactilares, larvas de insectos, los folículos, túbulos y vasos de los riñones, la bilis excretada por el hígado y la anatomía de diversas plantas. Es fácil ver que su trabajo lo hace pionero de distintas áreas de conocimiento actuales, tales como la botánica, embriología, anatomía, histología y patología.
(s. a.) (2016). Botánica [imagen]. Tomada de https://pixabay.com/es/illustrations/vintage-acuarela-pintura-1835150/
Malpighi desagregó las múltiples dimensiones de las estructuras anatómicas para volverlas más novedosas de lo que ya eran. Su trabajo manifestó una concepción diferente del cuerpo, ya que los órganos no se presentaban como estructuras acabadas, sino que pudo ver que se conformaban de tejidos y éstos a su vez se constituían por estructuras más finas, entre las cuales identificaría los sáculos o células. En ese sentido, Malpighi pondría los cimientos de dos grandes pilares del modelo biomédico: la consideración de los tejidos enfermos, formulada más adelante por Francisco Javier Bichat (1771-1802), y la teoría celular de la enfermedad que iría construyéndose poco a poco hasta ser explicada por Rudolf Virchow (1821-1902).
Uno de sus más importantes trabajos fue la descripción de vasos capilares que conectaban las arterias con las venas, según lo anunció en 1660. De acuerdo con Harvey, la sangre salía del corazón y regresaba por las venas, pero no había podido explicar cómo ocurría el tránsito de las arterias a las venas. De ese modo, el trabajo de Malpighi pudo cerrar el círculo de la más grande, para algunos, explicación médica del siglo XVII: la circulación sanguínea.
Este médico inglés estudió en la Universidad de Padua, junto al célebre anatomista Fabrizio d’Acquapendente (1537-1619), a través del cual Harvey se hizo parte de una generación maestro-alumno cuyo linaje lo conectaba con Andreas Vesalius.
El cúmulo de observaciones anatómicas de los profesores de Padua y de otras universidades europeas había contribuido a explicar la estructura del corazón y, por lo tanto, a apartarse poco a poco de la anatomía galénica, sin embargo, faltaba esclarecer su funcionamiento y contestar certeramente la pregunta ¿cómo se mueve la sangre en el corazón y cómo es que pasa de un ventrículo a otro? Para Harvey, dar respuesta a estas preguntas implicó dedicarse durante años a diversos experimentos cuyos resultados se pueden agrupar en las siguientes observaciones:
En primera instancia, Harvey quiso comprobar, como ya lo había hecho Vesalius, que el septum no tenía pequeños poros que trasladaban la sangre de un ventrículo a otro, como se afirmaba en la anatomía gelenista. Haciendo disecciones y vivisecciones en diversos animales como ranas, perros, gatos y en toda suerte de especies, Harvey pudo concluir que, en efecto, el septum era macizo y compacto. Sus experimentos habían incluido introducir agua en la vena cava para comprobar que la sangre pasaba del ventrículo derecho a los pulmones y de ahí al ventrículo izquierdo a través de la vena pulmonar.
La explicación galénica sobre los movimientos cardiacos implicaba considerar que la sístole o contracción era la fase de reposo, mientras que la fase activa era la de expansión. Para averiguarlo, Harvey como el resto de los anatomistas tuvo el reto de analizar los rápidos movimientos cardiacos antes de que el animal viviseccionado muriera. En ese caso realizó diversos experimentos como ligar la vena cava para observar que la aorta se quedaba sin sangre, cortar la aorta en momento de contracción para medir la cantidad de sangre que arrojaba, y en otras ocasiones debió recurrir a animales de sangre fría, cuyo latido era más lento (peces, serpientes, camarones, anguilas, sapos); experimentos todos que le permitieron determinar, por fin, que la sístole era la fase durante la cual el corazón impulsaba la sangre.
De acuerdo con la fisiología galénica, el alimento ingerido era convertido por el estómago en una sustancia nutriente llamada quilo. A su vez, el quilo era transformado por el hígado en sangre venosa, cargada de pneuma o espíritu natural, que subía al ventrículo derecho del corazón a través de la vena cava. Los poros del septum filtraban la sangre al ventrículo izquierdo para convertirse en sangre arteriosa debido al pneuma o espíritu vital proveniente de la vena pulmonar, finalmente, la sangre arterial subía al cerebro a través de la rete mirabile para dar lugar a los espíritus animales.
Harvey estaba intrigado por la cantidad de sangre que expulsaba el corazón en cada contracción, por lo que se dispuso a tratar de medirla. Calculando que el ventrículo izquierdo contenía dos onzas de sangre y suponiendo que la frecuencia de pulso era de 72 pulsaciones por minuto, en una hora el ventrículo inyectaba 540 libras de sangre, es decir, unos 15 litros lo cual implicaba la necesidad de ingerir una cantidad absurda de comida.
(s. a.) (2016). Cálculo de sangre en el cuerpo [imagen]. Tomada de https://pixabay.com/es/photos/sangre-m%C3%A9dicos-intentos-tubo-1291131/
Para resolver este problema tuvo que recurrir al trabajo de su profesor Fabrizio d’Aquapendente sobre las válvulas de las venas, quien interpretó el papel de las válvulas en el marco de la anatomía galénica al considerar que servían para regular la cantidad de sangre que el hígado enviaba a las diferentes partes del cuerpo, es decir, para que no llegara de golpe sino uniformemente a todo el cuerpo.
Apartándose de esta explicación, Harvey recurrió a diversos tipos de ligaduras cuyos grabados ilustran su texto, para concluir que las válvulas propiciaban el flujo de la sangre en dirección ascendente, por lo tanto su papel parecía tener el propósito de regresar la sangre al corazón.
Entonces, la idea de la circulación estaba casi completa:
Con sus estudios, Harvey se apartó de varios postulados galenistas, entre ellos la idea de la sístole vigorosa, desechó la noción del hígado como productor de sangre y dio al corazón un definitivo protagonismo fisiológico. En 1628, luego de años de experimentos, Harvey decidió publicar el libro De motu cordis et sangunis in animalibus (Sobre el movimiento del corazón y de la sangre en los animales). Su libro, como es de suponerse, tuvo detractores y muchos adeptos, entre ellos al mecanicista Descartes y al iatroquímico Robert Fludd.
Para reinterpretar el papel del corazón, Harvey utilizó un lenguaje que resultaba más propio de la iatroquimia: El corazón, decía, es el príncipe del cuerpo, el sol del microcosmos corporal del que surge el vigor y la fuerza. Estas expresiones estaban lejos de parecerse a las empleadas por el mecanicista Descartes, quien consideró que las demostraciones del médico inglés respaldaban su descripción del cuerpo como una máquina, la cual tenía en el centro al corazón como un motor de combustión que propulsaba su fuerza a través de todo el sistema hidráulico del cuerpo.
Aunque Harvey no gustaba de las analogías mecánicas de Descartes, ya que pensaba que un órgano era una entidad viva y no una máquina, el apoyo del francés pudo haber sido muy significativo para la propagación de su trabajo.
El médico inglés Thomas Sydenham (1624-1689) desdeñaba las discusiones de los partidarios de los sistemas médicos. Él prefería guiarse por Hipócrates (saltándose a Galeno) para sustentar que la experiencia junto al enfermo y la observación atenta del curso de la enfermedad eran más útiles que discutir el apego a un sistema teórico.
Debe considerarse que los experimentos, las observaciones y los instrumentos que de forma innovadora hicieron los personajes arriba referidos tardaron en tener aplicación en el ejercicio médico. En esa época, la práctica profesional no implicaba tener muchos pacientes, sino hacerse de una familia pudiente a la cual atender para tener ingresos seguros. Los hospitales solían contratar médicos y cirujanos para el cuidado de los internos, pero el personal sanitario no era el más importante en la estructura hospitalaria. De ahí que la postura del médico inglés Thomas Sydenham de hacer medicina clínica o práctica en hospitales resultara notable para la época.
(s. a.) (2007). Thomas Sydenham [imagen]. Tomada de https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Thomas_Sydenham_statue.jpg
Al igual que Hipócrates, Sydenham confiaba en la capacidad curativa de la naturaleza con la que el médico debía colaborar reconociendo y registrando los síntomas de la causa morbi. Los síntomas a su vez podían ordenarse haciendo cuadros clasificatorios para determinar las diferentes especies morbosas. En ese sentido, la entidad morbosa se tornaba en una realidad fija o precisa que existía en la naturaleza porque sus síntomas se presentaban de manera regular y constante en los enfermos. Estos argumentos formaron parte de su texto Observatione medicae (1673).
Los trabajos de los personajes citados fueron el preámbulo de lo que se suele llamar medicina científica, es decir, que se aleja de los principios de autoridad y que deja de seguir al pie de la letra a los autores clásicos. Para aquellos personajes la nueva comprensión de la naturaleza significaba confiar en sus propias observaciones, realizar experimentos para comprobar sus aseveraciones y enunciarlos en términos preferentemente cuantitativos. Sin lugar a dudas se trata de referentes para entender el método científico en el que se basa la ciencia moderna. Esta postura fue practicada por los miembros de los diversos sistemas médicos que se practicaron en el siglo XVII, ya que tanto iatroquímicos como iatromecánicos generaron un cúmulo de trabajos que cuestionaron la teoría hipocrático-galénica y colocaron en el centro de su práctica procedimientos experimentales rigurosos.
La llamada revolución científica en el ámbito médico fue producto de un largo proceso en el que ocurrieron grandes cambios y animadas controversias que contribuyeron a debatir la estructura del saber prevaleciente, es decir, la medicina humoral y a cambiarla en los años subsecuentes.
En el siglo XVII, la orientación más fructífera para explicar los procesos internos del hombre fue la denominada iatroquímica. Esta corriente de pensamiento médico hizo las contribuciones más importantes del periodo para comprender el funcionamiento del cuerpo humano.
En el siglo XVII, la existencia de diferentes concepciones epistemológicas e instrumentales para explicar los diferentes fenómenos del organismo humano tuvo en la vertiente vitalista y su correspondiente afán de experimentación fisiológica una de las orientaciones más fructíferas para explicar los procesos internos del hombre que sirvió para comprender el funcionamiento del cuerpo humano en el periodo.
Fuentes de información
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Cómo citar
Morales, A y Sánchez, G. (2020). Vertiente vitalista: la experimentación fisiológica en el siglo XVII. Unidades de Apoyo para el Aprendizaje. CUAED/Facultad de Medicina-UNAM. Consultado el (fecha) de (vínculo)